Los cristianos también se deprimen

Estamos terminando septiembre con todo lo que eso significa. Una época donde parece que les días pasan más rápido, el año se está poniendo viejo y muchos nos encontramos replanteando esas metas de enero.

Caemos en cuenta de los objetivos que terminamos posponiendo, y puede que nos duela ver que no tuvimos voluntad para conseguirlos. Hay replanteos, a veces culpa, promesas apresuradas para lo que queda del año.

Septiembre es un mes en donde también puede palparse con más fuerza la soledad, en medio de la alegría de otros y expectativas de la época. Navidad y fin de año son momentos que, en teoría, deberían vivirse en familia y con amigos. Pero puede que la realidad no sea esa y eso también duele.

En medio de estos pensamientos aparece el:

“no debería sentirme así si soy creyente, me enseñaron a ser agradecido por lo que tengo”

Y entonces, después de repetidas situaciones de disconformidad o frustración pueden pasar dos cosas: nos aislamos y atravesamos esos sentimientos en soledad o enfrentamos el tabú y hablamos con otros de lo que nos sucede.

La pregunta clave para tomar una decisión es: ¿puedo sentirme deprimido, angustiado e incluso tener pensamientos suicidas si soy una persona creyente?

En una época en donde se habla mucho más de salud mental que antes, ya la mayoría de las personas saben que la angustia y los estados depresivos tienen diversas y variadas causas que deben ser resueltas en un consultorio con alguien especializado. Y por eso, no sería acertado catalogar a un creyente como “débil en su fe” por tener depresión e incluso ideas suicidas. Estas carátulas son las que lamentablemente llevan a muchas personas a recluirse y a atravesar la angustia y la depresión en soledad, teniendo a veces desenlaces demasiado tristes.

Citando a Juan Pablo Lienlaff, licenciado en Psicología, especializado en Clínica del suicidio:

“Quebrar el `silenciamiento`, es derribar un muro muy antiguo, que ha creado también prejuicios entre los profesionales de ambas áreas de conocimiento (religión y salud mental)”.

“Sabemos que las creencias religiosas de una persona, su devoción y práctica de las mismas, es un factor protector, pero también puede ser el detonante de riesgo en una crisis. Los investigadores encuentran que múltiples creencias religiosas pueden aislar a las personas, dejándolas lejos de aquellos que pueden ayudar”.

Entonces, ¿qué podemos hacer? Juan Pablo dice:

“Mucho. Si hay silenciamiento: coloquemos palabra; si hay juicio: coloquemos apertura; si hay cuestionamientos: coloquemos diálogo. O sea, hagamos práctica de las creencias que profesamos, coloquemos ternura en espacios religiosos áridos. Y, por último, reconozcamos la influencia: hagámonos cargo de aquellas directrices, decisiones comunitarias y aislamiento a personas que viven otras condiciones de vida y que ya padecen el rechazo de la sociedad, como para sostener agregado el de la comunidad religiosa a la cual pertenecen”.

“El suicidio es un escape irreal a un sufrimiento real. Seamos un nido acogedor de cuidado y compañía, no la gota que rebalse el vaso”.

Este texto está basado en citas de Juan Pablo Lienlaff, quien es Licenciado en Psicología y especializado en Clínica del suicidio. Tiene 35 años y comparte su experiencia como sobreviviente de intento de suicidio. Además de dar charlas y participar en diferentes espacios de prevención, Juan Pablo escribe para Psyson, un espacio cristiano dedicado al cuidado de la salud mental.

Encontrá más información en psyson.org y en @juanpa_lienlaff

Brenda Acosta tiene 33 años, es cristiana y le gusta escribir sobre distintos temas de interés. Trabaja en el centro de Multimedia de la Universidad Adventista del Plata.